Hola amigos.
Webeando, encontré un libro de Walter Graziano, economista
argentino, y quería compartir un capítulo con ustedes porque me pareció muy
interesante... (no se achiquen, es largo pero muy dinámico y claro)
"la historia la
escriben los vencedores"
"la realidad supera a
la ficción"
“Muchas veces les resulta necesario a los vencedores
interpretar de forma cambiada los hechos, silenciar espinosas cuestiones
ocurridas o, incluso, generar de la nada la historia. Precisamente por eso bien
se puede pensar, siguiendo hasta sus últimas consecuencias el juego dialéctico
de esas dos verdades populares, que si algo no está escrito en los medios
masivos de comunicación o en abundante bibliografía, y no forma parte del "saber
mayoritario", entonces no ocurrió, no pasó, no es verdad. La versión de un
suceso divulgada por los medios masivos de comunicación es precisamente lo que
se conoce como historia.
Empecé recién a tener una cabal idea de todo esto a raíz de
un hecho trivial, casual, cotidiano, como fue haber ido al cine a ver una película.
El film en cuestión no era otro que Una mente brillante, la obra protagonizada
por Russell Crowe, que ganó el Oscar a la mejor película del año 2001, en marzo
de 2002. En realidad, se trata de un doble galardón porque la historia narra la
vida del matemático John Nash, quien en 1994 obtuvo el Premio Nóbel de Economía
por sus descubrimientos acerca de la denominada "Teoría de los
Juegos".
Si bien la película tenía características altamente
emotivas, debido a la mezcla de realidad y fantasía que el guión mostraba
acerca de la vida de Nash, un detalle del mismo no podía pasar inadvertido para
quienes ejercemos la profesión de economistas. Se trata sólo de un detalle, de un instante, de apenas un momento del
film en el que el protagonista asevera que descubrió, literalmente, que Adam
Smith - el padre de la economía -no tenía razón, cuando en el año 1776 en su obra
La riqueza de las naciones esbozó su tesis principal -y base fundamental de
toda la teoría económica moderna- de que el máximo nivel de bienestar social se
genera cuando cada individuo, en forma egoísta, persigue su bienestar
individual, y nada más que ello. En la escena siguiente de la película, el
decano de la Universidad de Princeton, Mr. Herlinger, mira azorado los
desarrollos matemáticos mediante los cuales Nash expone ese razonamiento acerca
de Adam Smith y declara que, con ellos, más de un siglo y medio de teoría económica
se desvanecía.
Como economista me debía hacer una pregunta: ¿se trataba de
una verdad o de una alocada idea del guionista del film? Me puse a investigar,
y lo bueno del caso es que se trataba… de una verdad. Ahora bien, lo que llama muy poderosamente la
atención es que estas expresiones vertidas en la película hayan pasado
inadvertidas para miles y miles de economistas. Que el público corriente, que
no pasó años enteros estudiando economía, escuche que alguien descubrió que
Adam Smith no tenía razón en su tesis acerca de la panacea que significaba el
individualismo para cualquier tipo de sociedad, puede no llamar la atención,
puede parecer hasta trivial.
Pero a un economista
no se le puede escapar, si está en una posición realmente científica, la real
dimensión de lo que significaría la demolición del individualismo y de la libre
competencia como base central de la teoría económica.
Es necesario remarcar que Nash descubre que una sociedad maximiza
su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona en favor de su
propio bienestar, pero sin perder de vista también el de los demás integrantes
del grupo. Demuestra cómo un comportamiento puramente individualista puede
producir en una sociedad una especie de "ley de la selva" en la que
todos los miembros terminan obteniendo menor bienestar del que podrían. Con estas
premisas, Nash profundiza los descubrimientos de la Teoría de los Juegos,
descubierta en la década del 30 por Von Neumann y Morgestern, generando la
posibilidad de mercados con múltiples niveles de equilibrio según la actitud
que tengan los diferentes jugadores, según haya o no una autoridad externa al
juego, según sea el juego cooperativo o no cooperativo entre los diferentes
jugadores.
De esta manera, Nash ayuda a generar todo un aparato teórico
que describe la realidad en forma más acertada que la teoría económica clásica,
y que tiene usos múltiples en economía, política, diplomacia y geopolítica, a
punto tal que puede explicar e incluir el más sangriento de todos los juegos:
la guerra.
Todo esto puede parecer difícil de entender. Pero no lo es.
En el fondo, si se lo piensa bien, los descubrimientos de Nash implican una
verdad de Perogrullo. Por ejemplo, tomemos el caso del fútbol. Supongamos un
equipo en el que todos sus jugadores intentan brillar con luz propia, jugar de
delanteros y hacer el gol. Más que compañeros, serán rivales entre sí. Un equipo
de esas características será presa fácil de cualquier otro que aplique una
mínima estrategia lógica: que los once integrantes se ayuden entre sí para
vencer al rival. ¿Cuál cree el lector que será el equipo ganador? Aun cuando el
primer equipo tenga las mejores individualidades, es probable que naufrague y
que, incluso hasta individualmente, los miembros del segundo equipo luzcan
mejor. Esto, ni más ni menos, es lo que Nash descubre, en contraposición a Adam
Smith, que sugeriría que cada jugador "haga la suya".
A pesar de que se trata de un concepto muy básico, entonces,
prácticamente nada de la Teoría de los Juegos se enseña en general a los
economistas, casi nada hay escrito en otro idioma que no sea el inglés y,
obviamente, lo escaso que se enseña en carreras de grado y posgrado se hace sin
formular la aclaración previa de que al trabajar con la Teoría de los Juegos se
usa un herramental más sofisticado y aproximado a la realidad que con la teoría
económica clásica. Apunto tal llega esta distorsión (dudaba ya en un principio
si se trataba de una manipulación) que se silencia que la gran teoría de Smith
queda en realidad anulada por la falsedad de su hipótesis basal, cosa
demostrada por Nash.
En la carrera de economía, en la Argentina y en una vasta
cantidad de países, tanto en universidades privadas como en las públicas, se sigue enseñando desde el primer día
hasta el último que Adam Smith no sólo es el padre de la economía, sino que
además estaba en lo correcto con su hipótesis acerca del individualismo.
Los argumentos que se utilizan para explicar que supuestamente tenía razón se
basan generalmente en desarrollos teóricos anteriores al descubrimiento de Nash
y en cierta evidencia empírica percibida no sin una alta dosis de
arbitrariedad. De ello resulta que se contamina a la teoría económica -que
debería constituir una ciencia- con una visión ideológica, lo que instituye en
ella todo lo contrario de lo que debería ser una ciencia. Muchos de los
profesores que día a día enseñan economía a sus alumnos ni siquiera han sido
informados de que hace más de medio siglo alguien descubrió que el individualismo,
lejos de conducir al mejor bienestar de una sociedad, puede producir un grado
menor, y muchas veces muy apreciablemente menor, de bienestar general e individual
que el que se podría conseguir por otros métodos de ayuda mutua.
¿Cómo puede explicarse esto, entonces? ¿Cómo es que nos
venimos a enterar, a través de una película, de que el presupuesto básico, fundamental,
de la ciencia económica es una hipótesis incorrecta? Peor aún, los
descubrimientos de Nash fueron efectuados a principios de la década del 50,
hace ya más de medio siglo, y fueron hechos nada menos que en Princeton, no en
algún alejado lugar del planeta, sin conexiones académicas con el resto de los
economistas, los profesores y los profesionales de la economía y las finanzas, factores
que deben aumentar el grado de sorpresa.
¿Cuál es el papel que podríamos esperar que desarrollen las
mentes más brillantes de una ciencia, si de repente alguien descubre matemáticamente
que el propio basamento fundamental de esa ciencia es incorrecto? Podría
presuponerse que en tal caso todos tendrían que frenar los desarrollos de las
teorías que vienen sosteniendo o generando, y las ideas sobre las cuales están trabajando,
para ponerse a repensar las bases fundamentales de la teoría, admitiendo que en
realidad se sabe mucho menos de lo que creía saberse hasta la aparición del
descubrimiento. Se comenzaría así a trabajar para dotar de nuevas bases y
fundamentos a la ciencia cuya premisa fundamental acaba de desvanecerse. Ésta
sería la lógica, sobre todo si se tiene en cuenta que, en lo relativo a la economía,
las conclusiones de una teoría, y los consejos que a raíz de ella puedan dar
los economistas, y las medidas que finalmente encaran los gobiernos y las
empresas de hecho alteran la riqueza, el trabajo y la vida diaria de millones y
millones de personas. Los efectos sobre la humanidad pueden ser mayores que en
otras ciencias. Cuando se hacen recomendaciones económicas, se está tocando
directa o indirectamente el destino de millones de personas, lo que debería
imponer el cuidado y la prudencia, no sólo en quienes elaboran las políticas
económicas sino también en quienes opinan y aconsejan.
Por lo tanto, el descubrimiento de Nash acerca de la
falsedad de la teoría de Adam Smith debería haber puesto en estado de alerta y
en emergencia a la comunidad de los economistas en el planeta entero. Ello, por
supuesto, no ocurrió, en buena medida debido a que sólo un reducido núcleo de
profesionales de la economía se enteró a inicios de los años '50 de la
verdadera profundidad de los descubrimientos de Nash.
Puede pensarse, entonces, que un saludable revisionismo
sería una verdadera actitud científica frente a lo acontecido. Sin embargo, nada
de esto ocurrió ni ocurre en la economía. Los economistas, no sólo en carreras
de grado, sino también en las de posgrado, tanto en Argentina como en el
exterior, no reciben información alguna acerca de que la base fundamental de la
economía es una hipótesis demostrada incorrecta, nada menos que desde las
propias matemáticas. Además de carecer de información alguna en ese sentido, se
les enseña enormes dosis de teorías y modelos económicos desarrollados desde la
década del 50, precisamente cuando ya esa incorrección se conocía en pequeños e
influyentes núcleos académicos, los que no sólo entronizan la premisa básica del
individualismo smithsoniano, sino que intentan universalizar para todo momento
del tiempo y del espacio los desarrollos económicos clásicos y neoclásicos
iniciados por el propio Smith.
Quien crea que esto no tiene consecuencias se equivoca
gravemente. Habría que preguntarse, por ejemplo, si la propia globalización hubiera
sido posible, en su actual dimensión, en el caso de que los descubrimientos de
Nash hubieran tenido la repercusión que merecían, si los medios de comunicación
los hubieran difundido y si muchos de los economistas considerados más
prestigiosos del mundo, muchas veces financiados por universidades norteamericanas
que deben su existencia a grandes empresas del sector privado, no los hubieran
dejado "olvidados" en el closet. Si hubiera habido en su debido
momento un revisionismo a fondo a partir de los descubrimientos de Nash, quizás
hoy tendríamos Estados nacionales mucho más fuertes, reguladores y poderosos de
lo que, tras una década de globalización, resultan.
Un punto central que se debe tener en cuenta, que asocié a
poco de comenzar a investigar el tema, es que, en forma prácticamente simultánea
a los descubrimientos de Nash, dos economistas, Lipsey y Lancaster,
descubrieron el denominado "Teorema
del Segundo Mejor".
Este descubrimiento enuncia que si una economía, debido a las
restricciones propias que ocurren en el mundo real, no puede funcionar en el
punto óptimo de plena libertad y competencia perfecta para todos sus actores,
entonces no se sabe a priori qué nivel de regulaciones e intervenciones
estatales necesitará ese país para funcionar lo mejor posible.
En otras palabras, lo que Lipsey y Lancaster descubrieron es
que es posible que un país funcione mejor con una mayor cantidad de
restricciones e interferencias estatales, que sin ellas. O sea que bien podría
ser necesaria una muy intensa actividad estatal en la economía para que todo
funcione mejor. Lo que se pensaba hasta ese momento era que si el óptimo era inalcanzable
porque el "mundo real" no es igual al frío mundo de la teoría,
entonces el punto inmediato mejor para un país era el de la menor cantidad de
restricciones posibles al funcionamiento de plena libertad económica. Pues
bien, Lipsey y Lancaster derrumbaron hace más de medio siglo ese preconcepto.
Como consecuencia directa de ello, reaparecen en el centro de la escena temas
como aranceles a la importación de bienes, subsidios a la exportación y a
determinados sectores sociales, impuestos diferenciales, restricciones al movimiento
de capitales, regulaciones financieras, etcétera.
Al igual que lo
ocurrido con la Teoría de los Juegos, el Teorema del Segundo Mejor apenas se
explica a los economistas en universidades públicas y privadas. Aún cuando
sus implicancias son enormes, generalmente se lo da por sabido en sólo una
clase, en apenas una media hora, y se pasa a otro tema. Resulta casi una "rareza"
exótica insertada en los programas de estudio, una curiosidad a la que no se le
suele dar demasiada importancia. Craso error. Un caso típico es el de la ex
Unión Soviética. Gorbachov en su momento decidió desregular, privatizar y abrir
la economía eliminando rápidamente la mayor cantidad de barreras posibles a la libre
competencia. No le fue bien. Lejos de progresar rápidamente, la economía rusa
cayó en una de las peores crisis de su historia. Si se hubieran aplicado los
postulados de Lipsey y Lancaster, se habría tenido más cautela y muy
probablemente las cosas no habrían salido tan mal.
Si combináramos los descubrimientos de Nash, Lipsey y
Lancaster, lo que obtendríamos es que no puede establecerse a ciencia cierta, y
de antemano, qué resulta mejor para un determinado país, sino que ello
dependerá de una gran cantidad de variables. Por lo tanto, toda universalización de recomendaciones económicas es
incorrecta. No se puede dar el mismo consejo económico (por ejemplo,
privatizar o desregular o eliminar el déficit fiscal) para todo país y en todo momento.
Sin embargo, esto es lo que precisamente se ha venido haciendo cada vez con más
intensidad, sobre todo desde los años '90, cuando, al ritmo de la
globalización, se han encontrado recetas que se han enseñado como universales,
como verdades reveladas, que todo país debe siempre aplicar.
Puede resultar extraño, pero probablemente no lo sea: un descubrimiento
fundamental que hubiera cambiado la historia de la teoría económica, y hasta
hubiera dificultado la aparición de la globalización, no tuvo prácticamente
difusión alguna más que en un muy reducido núcleo de economistas académicos
residentes en Estados Unidos, por lo que se impuso la ideología falsa con la
que muchos gobiernos, en muchos casos sin saberlo, toman decisiones económicas.
Mientras estas teorías no recibían el grado de atención adecuada
por la profesión de los economistas, por los diseñadores de políticas
gubernamentales y por la población en general, empezaron a cobrar, en aquel
mismo momento, a partir de los años '50 y '60, una gran difusión en los medios
de comunicación las teorías desarrolladas en la Universidad de Chicago. Nada
menos que la misma casa de estudios que había albergado en su sede al italiano
Enrico Fermi con el fin de que desarrollara la bomba atómica financió en
materia económica a Milton Friedman, también premio Nobel en Economía, quien
comienza a desarrollar en los mismos años '50 la denominada "Escuela Monetarista".
Luego de más de una década de estudios, Friedman y sus
seguidores llegan a la conclusión de que la actividad del Estado en la economía
debe reducirse a una sola premisa básica: emitir
dinero al mismo ritmo en que la economía está creciendo. O sea, si un
determinado país naturalmente crece al 5% anual, para Friedman, su Banco
Central debe emitir moneda a ese mismo ritmo. Si, en cambio, crece naturalmente
al 1% anual, debe emitir moneda sólo al 1% anual. La lógica intrínseca de este
razonamiento es que el dinero sirve como lubricante de la economía real. Por lo
tanto, si una economía en forma natural crece muy rápidamente, necesita que el
Banco Central de dicho país genere más medios de pago que si está estancada.
En el fondo, la recomendación de Milton Friedman es que cada
país mantenga una relación constante entre cantidad de dinero y PBI. Toda otra
política económica estatal es desaconsejada por Friedman. La Escuela
Monetarista tuvo un enorme grado de difusión en todo el mundo, aun cuando los
bancos centrales de los principales países desarrollados jamás aplicaron los
consejos de Friedman, con la sola excepción de Margaret Thatcher, que, tras un
breve período de aplicación de unos cuantos meses de las políticas monetaristas
en Inglaterra, necesitó ganar una guerra (la de Malvinas) para recuperar la
popularidad perdida por los desastrosos resultados de ella, que habían elevado
el desempleo en Inglaterra a niveles pocas veces vistos -nada menos que el
14%-, sin siquiera acabar por ello con la inflación. Fue el único y muy breve
caso de aplicación de las recetas de esta escuela en países desarrollados.
Sin embargo, las presiones para que naciones en vías de
desarrollo como la Argentina apliquen estas políticas siempre han sido muy
fuertes.
Cabe aclarar que hay generalmente dos clases de personas
para las cuales las fórmulas de Friedman han resultado de una atracción poco menos
que irresistible: se trata de teóricos en economía en primer lugar, y en
segundo, grandes empresarios. Pero ambos, por motivos bien diferentes.
Para muchos economistas teóricos, la atracción que producían
las teorías de Friedman provenían de la sencillez de su recomendación: "Emita moneda al ritmo que usted
crece". Además, el carácter universal de esta premisa básica acercaba,
en la mente un tanto "distorsionada" de muchos profesionales en la
materia, la economía a las ciencias duras: a la física y a la química, objetivo
que muchos de los economistas más renombrados del siglo XX han perseguido, en
la creencia de que una ciencia es más seria si logra encontrar fórmulas de
aplicación universal al estilo de lo que la ley de gravedad es en la física. Milton
Friedman parecía proporcionar precisamente eso: una ley de aplicación universal
al campo económico.
Bien podríamos discutir si esta quimera, perseguida por
muchos economistas, no es en el fondo nada más que un peligroso reduccionismo,
dado que las ciencias sociales no se mueven con los mismos parámetros que las ciencias
exactas. Pero no todos quienes fueron atraídos por las teorías de Friedman lo hacían
por esos motivos: una buena parte del establishment veía en la generación y en
la aplicación de este tipo de teorías la posibilidad de derrumbar un gran
número de trabas y regulaciones estatales en muchos países, pudiendo así
ensanchar su base de negocios a zonas del planeta que permanecían ajenas a su
actividad. Esto explica el alto perfil que alcanzaron las teorías monetaristas,
a pesar de estar fundadas en los incorrectos supuestos de Adam Smith antes
mencionados, y su presencia constante en los medios de comunicación, muchas
veces propiedad de ese mismo establishment.
El hecho de que el establishment de los países desarrollados
hiciera enormes loas a esas teorías, pero los gobiernos de esos mismos países
desarrollados no aplicaran para sí las teorías monetaristas, no fue un
obstáculo para que muchos de los más poderosos empresarios presionaran a
gobernantes de países periféricos para que aplicaran las tesis de Milton
Friedman.
Un típico caso de ello fue el de la Argentina de la época de
Martínez de Hoz, cuyo gobierno aceptó las presiones de buena parte del
empresariado financiero internacional para producir la política económica de la
era militar de Videla Martínez de Hoz. En viajes a la Argentina, y en traslados a
EE.UU. de Martínez de Hoz, David Rockefeller le habría impartido órdenes en
forma personal de los lineamientos básicos que la economía argentina debía
observar. Se trata del mismo personaje que felicitó al ex presidente De la Rúa
por el nombramiento de Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía en 2001,
expresando a la prensa su beneplácito con la frase: "Cavallo sabe que hay
que ajustarse el cinturón".
Mientras los descubrimientos de Nash, Lipsey y Lancaster permanecían
ocultos para el gran público y apenas diseminados entre los propios
profesionales en economía, teorías íntegramente basadas en los supuestos
básicos de Adam Smith, y que Nash demostró que se hallaban equivocadas, como la
monetarista de Milton Friedman, no sólo recibían una enorme difusión en los medios
de comunicación, sino que además contaban con el beneplácito del establishment,
y comenzaban a hacer estragos en países tomados como laboratorios, todo ello a
pesar de que al basarse íntegramente en los presupuestos de Smith, de antemano
los principales académicos de EE.UU. no podían desconocer que se trataba de
teorías económicas fundadas en supuestos incorrectos, por lo que sus chances
iniciales de éxito eran casi nulas.
Desde los años '60 hasta la fecha, la Escuela Monetarista y
su hija directa, la Escuela de
Expectativas Racionales, de Robert Lucas, han ocupado el centro de la
escena en universidades, centros de estudio y medios de comunicación.
La Escuela de Expectativas Racionales reduce aún más el
papel para el Estado de lo que ya lo había hecho la Escuela Monetarista. Un
país, según Lucas, no debe hacer nada más allá de cerrar su presupuesto sin
déficit. Si el desempleo es de dos dígitos, no debe hacer nada. Si la gente literalmente
se muere de hambre, no debe hacer nada. Un buen ministro -para esa escuela-
debe dejar en "piloto automático" a la economía de un país, y sólo
debe preocuparse de que el gasto público esté íntegramente financiado con
recaudación de impuestos.
Robert Lucas, de profesión ingeniero, también en la
Universidad de Chicago, tras una década de abstrusos cálculos matemáticos, basados
íntegramente en la hipótesis fundamental de Adam Smith, llega a la conclusión
de que cualquier país, en cualquier momento del tiempo, ni siquiera debe emitir
dinero al mismo ritmo que crece. De esta manera, hasta la regla de oro de
Milton Friedman es abolida por esta escuela cuyo auge intelectual se ubicó en
la década del '80.
La hipótesis fundamental de Robert Lucas es que el ser
humano posee perfecta racionalidad y toma sus decisiones económicas sobre la
base de ella. Esta hipótesis psicológica fue duramente criticada, pero Lucas y
sus seguidores se escudaron en el razonamiento de que no hacía falta que cada
uno de los operadores económicos fuera perfectamente racional, sino que sólo
era necesario que el promedio de los operadores económicos se comportara con
perfecta racionalidad para que sus teorías fueran válidas.
Esto implica transformar la hipótesis psicológica de la
perfecta racionalidad en una hipótesis sociológica: se supone que los desvíos en
la racionalidad humana, en una sociedad, se compensan entre sí. Se trata, como
se ve, de un supuesto exótico, rarísimo, pero a la vez tan central en la teoría
de Lucas, que si se cae, nada en ella permanece en pie.
Es extraño que esto haya ocurrido, sobre todo a la luz de
los descubrimientos de otro economista, Gary Becker (Nobel en 1992), quien
descubrió matemáticamente que las
preferencias individuales no son agregables (o sea, no puede obtenerse una función
de preferencias sociales a partir de la adición de las individuales, dado que
estas últimas no pueden sumarse).
Con este descubrimiento Becker lanzó un verdadero misil a
toda la denominada "teoría de la
utilidad", que es la base subyacente en las teorías económicas de
Chicago y termina de derrumbar mucho más que todo el aparato teórico de
Chicago. A pesar de ello, y como con Nash y Lipsey, los "científicos"
que estaban creando las escuelas de Chicago no parecen haber efectuado acuse de
recibo alguno. Para Lucas, todas las
sociedades del mundo, en todo momento del tiempo, toman sus decisiones
económicas con perfecta racionalidad. Las decisiones de consumo, ahorro,
inversión se hacen, según Lucas, sabiendo perfectamente bien qué es lo que el gobierno
está haciendo en materia económica. Por lo tanto, para Lucas y su gente,
cualquier iniciativa estatal para cambiar el rumbo natural con el que una
economía se mueve no sólo es inútil sino contraproducente.
Es así que Lucas y su gente llegaron a la conclusión de que
lo mejor que puede hacer todo gobierno del mundo en cualquier momento, en
materia económica, es no realizar nada que no sea mantener el equilibrio
fiscal. Es difícil entender cómo puede ser que estas ideas, extrañas por cierto,
hayan acaparado la atención de economistas y de los medios de comunicación de
la manera que lo hicieron.
En el caso específico de la Argentina, pertenecer a la
corriente de la Escuela de Expectativas Racionales durante los años '80 y '90
se transformó, directamente, en una moda ineludible para muchos economistas. Cualquier
economista que no perteneciera a esta corriente y que abjurara de ella era
visto poco menos que como un dinosaurio. Nadie
se preguntaba, y es muy raro que así haya ocurrido, cómo puede ser que la
teoría económica de todo el planeta estuviera en manos de un ingeniero puesto a
esbozar teorías psicológicas (disciplina alejadísima de la ingeniería), ultra
especializado en matemáticas.
Pero así ocurrió. Nadie sabe muy bien, tampoco, de dónde
salió el argumento de que el promedio de cualquier sociedad se comporta de
manera perfectamente racional. Si nos detenemos a pensar un minuto sobre todo
esto, podríamos llegar fácilmente a la conclusión de que si estas teorías eran
tomadas en serio por muchos de quienes eran considerados los más idóneos
profesionales en economía, fue exclusivamente porque se habían elaborado en una
universidad considerada muy prestigiosa. Sin el sello de Chicago, las teorías
de Lucas probablemente hubieran causado hilaridad y hubieran mandado al
ingeniero a construir puentes o edificios, en vez de intentar explicar cómo
funciona la economía mundial y la psiquis promedio de toda sociedad.
Para Lucas, entonces, si los gobiernos no se meten con la economía,
ésta logra muy fácilmente el pleno empleo: todo es cuestión de que los
gobernantes levanten todo tipo de restricciones a la competencia perfecta y
cuiden que no haya déficit fiscal. Nada más que eso, y en forma mágica, se
llega al pleno empleo. Y no sólo al pleno empleo, sino también a los mejores
salarios posibles para toda la masa laboral, de cualquier país del mundo, en cualquier
momento del tiempo.
La implicancia de esto es en el fondo grotesca: Lucas nos
quiere hacer creer que la tasa de crecimiento demográfico en cualquier país
iguala, en poco tiempo, la tasa de generación de empleo. Que es lo mismo que
decir que la gente opta por reproducirse al mismo ritmo en que se ponen avisos
clasificados en búsqueda de obreros y empleados en los diarios. Como se ve, una
verdadera aberración, de tamaño supino, si se tiene en cuenta que además se
transforma esa creencia en postulado universal. No es difícil entender por qué
de la mano de Robert Lucas llegamos a una conclusión tan disparatada si
consideramos que el ingeniero parte de hipótesis equivocadas tanto porque se
basa en el individualismo de Adam Smith, como en hipótesis psicológicas sui
generis.
Sin embargo, habría una forma de pensar que Lucas podía
tener algo de razón. Ello se da si pensamos la existencia humana con un criterio
malthusiano: Thomas Robert Malthus,
ensayista inglés del siglo XIX, pensaba que mientras las poblaciones humanas se multiplican en forma geométrica,
las subsistencias lo hacen sólo aritméticamente. Por lo tanto, la sobrepoblación era, para Malthus, el
peor peligro que acechaba al planeta. De esta manera, las guerras, las
hambrunas o las epidemias eran "sanos" métodos de corregir el fantasma
de la sobrepoblación. Si bien el tiempo no dio la razón a Malthus, y la
población mundial ha crecido increíblemente en los últimos dos siglos.
A pesar de ello, el establishment norteamericano es un
ferviente creyente de las ideas malthusianas. Baste con señalar que el obsequio
que el presidente George Bush le hizo al presidente argentino Kirchner en su
visita a Washington DC no fue otro que la principal obra de Malthus, llamada Un ensayo sobre el principio de la población,
del año 1798. El corolario de la teoría de Lucas es entonces que en forma universal
la tasa de crecimiento demográfico iguala la tasa de generación de empleo. Por lo tanto, dado que la tasa de crecimiento
demográfico no es otra cosa que la tasa de natalidad menos la de mortalidad, si
esta última es rápidamente variable, y la gente muere a medida que desaparece
el empleo, o vive más si se le ofrece trabajo, podríamos ubicarnos casi siempre
en una especie de "pleno empleo", según Lucas.
Si se posee una filosofía malthusiana, es por supuesto mucho
más fácil creer en la Escuela de las Expectativas Racionales. ¿Por qué el
establishment, la élite norteamericana, es creyente de Malthus, aun cuando la
realidad demostró que no estaba en lo correcto? Porque estiman que es sólo una
cuestión de tiempo, hasta que Malthus esté en lo correcto.
Como la energía del planeta está basada en recursos no
renovables, lo que buena parte del establishment anglonorteamericano cree es
que, a medida que el petróleo se agote, Malthus irá teniendo razón. Si no hay
energía disponible para transportar los alimentos o para producirlos, una buena
parte de la población podría estar destinada a desaparecer. Todo sería cuestión
de determinar quienes, y para ello, la élite de negocios norteamericana usa la
teoría de otro inglés famoso Charles Darwin.
Darwin fue el creador de la Teoría de la Selección Natural. Esta teoría predica que las
especies más aptas, que mejor se amoldan al medio, sobreviven y se reproducen,
y las menos aptas perecen y se extinguen. Aplicar una combinación de las
principales tesis de Malthus y Darwin a las sociedades implica adoptar una posición
racista, en forma sistemática.
En lo que atañe al petróleo, elemento central en esa línea
de pensamiento, muy poca información acerca de sus cantidades, distribución
geográfica e ideas para reemplazarlo se suele divulgar en forma masiva en los
medios de comunicación. Pensar en reemplazar la tecnología del petróleo por
otra, desde el punto de vista económico, presenta más de un riesgo -que habrá
que correr-. Requiere pensar la situación que puede desatarse en los mercados financieros
con mucha anticipación, dado que un eventual reemplazante barato del petróleo
podría poner en un riesgo elevado la salud financiera de los enormes pulpos
petroleros y, por lo tanto, de los mercados financieros en su conjunto. Por
otro lado, un reemplazante muy barato y abundante del petróleo podría sacar de forma
inmediata de la pobreza a millones de personas.
Volviendo a la Escuela de Expectativas Racionales, si bien
por obvios motivos ningún país desarrollado aplicó o aplica las tesis de Robert
Lucas, Argentina sí lo hizo. El llamado "piloto automático", con el
que se movían los ex ministros Cavallo, Fernández y Machinea, no era otra cosa
que la admisión de que el Estado iba a desentenderse de la crisis de empleo que
vivía la Argentina en los '90, y el mensaje que los argentinos recibían desde
los medios de comunicación, en forma masiva, de parte de autoridades y de economistas
presuntamente independientes, era que no había que hacer nada porque la
situación del empleo se solucionaba sola.
No es casual que Robert Lucas visitara la Argentina en 1996,
invitado en forma especial por la principal usina de la Escuela de Expectativas
Racionales de la Argentina: el CEMA, y hasta conociera al entonces presidente
Menem en la quinta presidencial de Olivos, lo que marca hasta qué punto esta verdadera
secta de la economía caló hondo en la Argentina.
Quien se pregunte por qué en la Argentina estas ideas han
tenido mucha más aplicación que en otros países puede encontrar una respuesta
al alcance de la mano desde los años '60, la Argentina padeció crónicamente
altas tasas de inflación, y hasta llegó al exceso de padecer dos cortas
hiperinflaciones en 1989. Dado que las teorías desarrolladas en la Universidad
de Chicago, tanto la de Friedman como la de Lucas, venían etiquetadas como el
más poderoso antídoto contra la inflación, los economistas argentinos adoptaron,
en general, un sesgo mucho más pronunciado que sus pares de otros países del
mundo a favor de las teorías de Chicago, sin ejercer el pensamiento crítico,
simplemente porque esas ideas venían de Chicago.
Muchos de los más conocidos de nuestros economistas incluso
estudiaron allí, y luego han diseminado en la Argentina esas ideas. No es
casual entonces que desde hace varios años este país ostente el raro récord
mundial de desempleo y subempleo, los que, sumados, arrojan durante largos años
guarismos superiores al 30%.
Lo curioso del caso es que generalmente se enseña en las
universidades de todo el mundo que la Escuela Monetarista surgió como una
respuesta a las altas tasas de inflación que los elevados déficit
presupuestarios causaban en vastas partes del planeta. Sin embargo, si se
revisa la historia, se observa que en los años '50 e inicios de los '60 en
Estados Unidos prácticamente no había inflación y en la gran mayoría de los
países desarrollados las tasas de inflación eran relativamente bajas, de un
solo dígito anual. Habría que cuestionar, entonces, el supuesto origen anti- inflacionario
de las teorías de Chicago, dado que la inflación no era un problema en los
países desarrollados en el momento en que estas teorías empezaron a surgir.
Queda por ahora en la nebulosa, entonces, la verdadera causa
de estas, teorías, precursoras en la realidad de la globalización. Cuando se
gestaron, la inflación sólo era un problema grave en países envías de desarrollo.
¿Habrá sido acaso un gesto de filantropía del establishment norteamericano
hacía los países pobres dedicar tantos recursos a la generación de "las escuelas
de Chicago"? En resumen de cuentas, desde al menos los años '50, la teoría económica se viene manejando de
una manera no sólo muy poco profesional sino además acientífica, casi como si
se tratara de la astrología o de alguna otra disciplina cuyos basamentos fundamentales
no pueden explicarse racionalmente.
Descubrimientos científicos de gran envergadura, cuya
difusión hubiera podido cambiar la historia de la globalización y detener sus
peores consecuencias, fueron prolijamente ocultados hasta a los propios economistas,
mientras que teorías basadas de antemano en hipótesis probadas matemáticamente
como falsas fueron diseminadas no solamente entre los profesionales en
economía, sino también en los medios de comunicación, y hasta fueron aplicadas
en los lugares del mundo en los que ello ha sido posible, donde había un
ambiente receptivo favorable, como en América Latina.
Se nos había enseñado que el sistema de universidades norteamericano
era el más desarrollado del mundo, que su actitud hacia el conocimiento
científico era frío e imparcial. Que la ciencia progresaba en estas
universidades independientemente de presiones políticas y de conveniencias
económicas y empresariales. ¿Cómo pudo ocurrir esto, entonces?
Un detalle no menor que se debe tener en cuenta es que las
dos escuelas mencionadas se originaron, desarrollaron y expandieron desde la
Universidad de Chicago, recibiendo fuertes dosis de financiamiento de esa casa
de estudios. El financiamiento no se detuvo sólo en pagar los elevados salarios
de los investigadores que desarrollaban las teorías monetaristas y de expectativas
racionales en ese recinto académico, sino que además también abarcó la costosa
campaña de difusión de estas ideas en los medios de comunicación.
Es necesario tener en cuenta que, aunque alguien pueda
llegar a un descubrimiento tipo "pólvora económica", sin el dinero
suficiente para diseminar esa idea en los medios de comunicación no hay forma
alguna de que el conocimiento en cuestión tome estado público. Es evidente,
entonces, que ha habido poderosos intereses atrás de las teorías de la
denominada Escuela de Chicago, que han constituido el basamento para lo que hoy
es la globalización, aun cuando se trataba, ni más ni menos, que de un saber
falso. ¿Qué intereses están atrás de la Universidad de Chicago? Pues bien, fue fundada
por el magnate petrolero John D. Rockefeller I, creador además del mayor
monopolio petrolífero del mundo: la Standard Oil.
Esa casa de estudios superiores ha sido siempre un baluarte
de la industria petrolera. Pero el control de una alta casa de estudios como la
Universidad de Chicago por sí solo no hubiera bastado, en medio de un contexto
intelectual muy independiente, para imponer las ideas de Milton Friedman y
Robert Lucas de la manera en que se hizo. Si hubiera existido un contexto
intelectual realmente independiente, habrían aparecido fuertes críticas a los
supuestos psicológicos y sociológicos que el ingeniero Lucas introducía en sus teorías.
¿Por qué, entonces, el nivel de críticas que recibió la Escuela de Expectativas
Racionales no llegó a ser muy importante?
Pues bien, la industria petrolera no sólo fundó la
Universidad de Chicago sino que controla, en forma directa o indirecta, al
menos a las universidades de Harvard, New York, Columbia y Stanford, y además
está presente en otras muchas universidades. Es usual que muchos de los
directivos de estas casas de estudios superiores alternen tareas en empresas
petroleras o en instituciones financieras muy relacionadas con dicho sector. Precisamente
por eso no debe llamar la atención tanto que las teorías clásicas de la
economía y sus derivadas (Friedman, Lucas, etc.) den prácticamente un trato
uniforme a todos los mercados, de todos los bienes, en todos los países y en
todo momento, sin hacer distinción entre ellos. ¿Por qué? Hay bienes que se
pueden producir y otros cuya capacidad de producción es limitada: hay recursos renovables
y otros no renovables.
Precisamente el petróleo es un recurso no renovable, por
lo que su mercado es de características especiales. A pesar de ello, es una
cuestión que escapa al tratamiento que se le da usualmente en la teoría económica:
la teoría suele tratarlo como si fuera un mercado más.
La cantidad de petróleo que hay en la Tierra es finita y
limitada. Más aún si se tiene en cuenta que, al tratarse de la principal fuente
de energía utilizada hoy en el planeta, una eventual brusca escasez no podría
ser subsanada mediante el uso de otras fuentes de energía, al menos en forma rápida.
Por lo tanto, los efectos de lo que ocurre en el mercado petrolero pueden
trasladarse con fenomenal rapidez a todos los otros mercados. Pero los defectos
de la Escuela de Chicago no se reducen a desconocer esto y a negar los
descubrimientos de Nash, Lipsey y Lancaster.
Es llamativo el hecho de que el propio producto, de características
particulares, cuya explotación permitió la fundación de la propia universidad,
y el control de otras tantas, es un bien que no fue tratado en la teoría de una
manera especial al ser un recurso no renovable, por Friedman y Lucas, quienes
tampoco tienen en cuenta que precisamente el petróleo es el bien cuyo mercado
ostenta el mayor nivel de cartelización del mundo.
Paradójicamente, entonces, quienes intentaron ejercer un
verdadero oligopolio en el estratégico mercado de la energía fomentaron la
creación y difusión de teorías económicas basadas en la libre competencia, la
ausencia de regulaciones estatales, el paraíso del consumidor y la competencia
constante entre sí de una enorme gama de productores que sólo tienen en teoría
una ganancia exigua que realizar.
Ahora comenzaba a quedarme más claro por qué, y debido a
quién es, el principal descubrimiento de Nash había permanecido bastante oculto
y, al mismo tiempo, aparecía como un enigma el verdadero estado de situación
del mercado petrolero, sobre todo a la luz de las guerras ocurridas en el siglo
XXI."
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Qué les parece?
El libro completo lo pueden bajar de acá:
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Walter Graziano nació en 1960 en la Argentina. Se graduó de
economista en la Universidad de Buenos Aires. Hasta 1988 fue funcionario del
Banco Central de la República Argentina y
recibió becas de estudio del gobierno italiano y del Fondo Monetario
Internacional para estudiar en Nápoles y Washington DC. Desde 1988 colaboró con
medios gráficos y audiovisuales argentinos en forma simultánea a su profesión
de consultor económico. En 1990 publicó Historia
de dos hiperinflaciones y, en 2001, Las
siete plagas de la Argentina, libro que
preanunció la debacle económica y política de su país. Desde 2001
Graziano se encuentra abocado a los temas de esta obra, sus antecedentes
históricos y cuestiones colaterales